Ser madre soltera: la elección que cambió mi vida (PARTE III).

¡Ya estamos en la tercera parte de mi historia! Os recuerdo que en la Parte I  os hablé de cómo decidí ser madre sin pareja por elección. Luego, en la segunda sección  del relato, me detuve en el proceso de la fecundación in vitro con semen de donante , ya que la inseminación artificial  finalmente no pudo ser una opción para mí. El resultado fue satisfactorio, así que tenía ante mí un embarazo sin pareja. ¿Cómo se vive eso?

Madre soltera y sin pareja

Ahora toca hablar del embarazo de una mamá soltera y sin pareja . Sí, lo recalco porque no es lo mismo: hoy en día no son sinónimos esos conceptos, ya que se puede ser madre soltera y a la vez tener pareja si los dos miembros de la unión no están casados. Del mismo modo, se puede ser madre con una pareja pero formar una familia monoparental si la pareja se ha separado. En fin… habrá que tener en cuenta estos detalles porque definitivamente la idea de madre soltera ha evolucionado. No necesariamente ha de ir acompañada de ausencia de pareja. Esta circunstancia ya describe una evidencia: que la sociedad está cambiando, al igual que los modelos de familia. Estos, además, se están instaurando en diversos tipos de creencias, religiones, etc., porque el amor no tiene barreras. Es imparable.  Y punto.

Madre sola y con mellizos

Hacía mucho frío la mañana que me acompañó mi madre a hacerme la ecografía del latido. No muchos días atrás, Jose  me llamaba por teléfono para decirme que el test de embarazo había dado positivo. “Por los valores de los resultados no cabe duda, estás embarazada… embarazadísima, vamos” me dijo. A lo que yo añadí, entusiasmada: “¿Te imaginas que se hayan quedado los dos?”. Y el embriólogo rio… ¡bastante que se había quedado uno a pesar de las poquísimas probabilidades!  Sin embargo, en ese gélido camino aderezado por los azotes del viento norte, mi madre y yo avanzábamos hacia ART  en silencio hasta que ella lo rompió. “Pues yo creo que están los dos”. Le miré y me sentí menos chalada porque reforcé su cometario al afirmar: “Jo, yo también pienso que están ahí… pero seguro que no, es muy difícil”.

Una vez dentro de la consulta, Jon Ander  me hizo la ecografía. Con su voz tranquila y modulada me fue explicando lo que veíamos en el monitor: un pequeño guisante dentro de una vaina, parecía. “Aquí está, ¿lo ves?”, indicaba mientras continuaba explorándome… Yo no reaccioné como otras personas, no lloré ni nada… ¡es que estaba en shock! Pero un comentario del ginecólogo consiguió despertarme, emocionarme y hasta llorar: “¡Están los dos!”, exclamó. Yo me sentí tan feliz que parecía que lo estuviera soñando. Mi madre también. Sí, sé que era más trabajo, más gasto, más riesgo… más todo. Pero en mis circunstancias, con mi edad y estilo de vida, en general, era complicado que tuviera dos o más hijos… ¡y yo siempre quise tener más de uno! Por ello, aquella noticia me hizo volar. Pensé que yo no merecía tanto, recuerdo que me vino eso a la cabeza. ¡Iba a ser una madre de mellizos! Me encantaba la idea.

¿Cómo es un embarazo gemelar?

La probabilidad de tener gemelos era, como supondréis, bajísima, casi inexistente, y ahí estaban los dos guisantes, bien agarraos a mi útero, que no se querían despegar ni por nada en el mundo. Imagino que visualizar lo que deseamos ayuda siempre en estos casos. A mí me sirvió, desde luego. Creer en mis hijos me ayudó a volver a creer en mí. En cualquier caso, muchas clínicas como ART cuentan con una unidad de apoyo psicológico  que ofrece su ayuda, y no solo para embarazos múltiples. Yo no tuve que recurrir a este servicio pero me tranquilizó saber que estaba ahí. A mí siempre me han atemorizado más los asuntos intangibles. Lo de tirar para adelante a fuerza de trabajo y cansancio no me amedrentaba. Ya sufriría, ya me cansaría. Criar a unos mellizos sola no sería tarea fácil, pero yo había salido de etapas peores, seguro, y además contaba con el apoyo incondicional de mi familia y amigos . Todos ellos me respetaron y lo vivieron con gran emoción; incluso personas no tan cercanas se implicaron de lleno en mi gestación.

Fijaos cómo era la cosa: cuando comunicaba a grupos de amigos la fecha de mi siguiente ecografía, el día que tocaba, varias personas me preguntaban qué tal había ido. Madre mía… ¡yo me acordaba porque programaba alarmas y lo tenía apuntado en varios sitios! El amparo que sentí fue primordial, pues me ayudó a construir un estado de ánimo sólido como una roca. No lo compartí con una pareja, pero sí con el resto de personas que me quieren (lo cual no está anda mal).

Síntomas de embarazo de mellizos

En mi caso no había dudas. Sabía desde la semana sexta que llevaba dos criaturas en mi interior. Eso sí, la incógnita de cómo se desarrollaría todo era como la de cualquier otra mujer. Un embarazo múltiple aumenta los riesgos  que ya de por sí puede haber en un embarazo normal, aunque el de mellizos sea algo más fácil que el de gemelos. Y mi edad era otro factor a tener en cuenta, por lo que no me lo pensé dos veces y continué mis revisiones en ART , compaginándolas con las de la Seguridad Social. He de decir que en todos los sitios me trataron de manera excepcional y esto facilita mucho las cosas.

Cuidarse en el embarazo

En mi caso, la verdad es que la gestación se desarrolló con total normalidad. Lo más característico fue mi enorme tripa, que desde el comienzo del embarazo fue especialmente grande. Ya a los cinco meses mucha gente decía “Te queda poco, ¿eh?”, porque parecía un balón de playa hinchable, ¡pero gracias a mi flexibilidad todavía podía pintarme sola las uñas de los pies! Paseaba y, cuando podía, iba a nadar. Procuraba cuidar mi alimentación y no comí las cosas que tienen prohibidas las embarazadas. Sabía que era mi primera y última oportunidad de ser madre y tenía que poner todo de mi parte para favorecer la buena marcha de Nikole y Kerman. Sí, ya me habían anunciado que tendría chica y chico… Para mí era un motivo más para estar inmensamente feliz. Desde luego que el género que tengan es algo secundario, pero puestos a pedir, era lo que yo deseaba. Continuaba en mi nube de arcoíris.

A partir del sexto mes me empecé a sentir muy pesada. Las piernas se me hincharon muchísimo y no me reconocía los pies. A comienzos de septiembre tuve que comprarme unos zapatos dos números más grandes, con eso os digo todo… ¡Eh! ¡Pero podía atármelos yo! Mi madre me daba friegas en las piernas casi a diario… ¡y recuerdo que mientras me las hacía me cantaba jotas! ¡Ja, ja!  Creo que son las jotas más relajantes que he oído en mi vida.

Cuando digo que viví un embarazo muy bueno me refiero a que no tuve complicaciones (si dejamos a un lado el terrible dolor de espalda que sufrí).  Posteriormente, el cansancio se hizo más protagonista, me sentía torpe y aumenté bastante de peso… A pesar de todo lo llevé bien. Cuando estaba al límite de mis fuerzas me decía a mí misma: “Esto te pasa porque estás embarazada, ¡ánimo, Lorena, ya queda menos!”

Parto prematuro

Sabía que se podía adelantar, era un embarazo gemelar y, por eso, a las 40 semanas yo le había restado dos, por lo menos. Salía de cuentas el 8 de diciembre, sin embargo, me había hecho a la idea de que Nikole y Kerman nacerían a mediados de noviembre.

No fue así. El día que comencé a realizarme yo sola el masaje perineal (por cierto, apenas llegaba a la zona en cuestión) noté que manché un poco. En toda la gestación no había sangrado ni una sola vez, por ello decidí tomar un taxi. Mi madre vino conmigo a urgencias y allí me dijeron que estaba de parto. Trataron de frenármelo y me suministraron corticoides para que maduraran los pulmones de los pequeños en caso de nacimiento prematuro.

Como en todo este proceso, había esperado lo mejor y me había preparado para lo peor (o eso creía). Por ello, cuando en la semana 34 me dijeron que las contracciones habían aumentado y que iba a dar a luz, no lo pensé mucho. Me dije, adelante, ya es la hora. Kerman estaba colocado el primero, cabeza abajo, y Nikole, sentadita. Pensé que me realizarían una cesárea por ella, a lo que me respondieron: “Bueno, si se coloca bien, no, saldrá por la vagina”. Y así fue. Se encajó correctamente y salió de nalgas sin problemas.

Mi parto también fue bueno (para ser un parto). A las siete de la tarde del 28 de octubre de 2015 nació Kerman.  Lloró. Quince minutos más tarde vino al mundo Nikole.

Aquí es donde no me voy a detener mucho ni daré detalles porque no es el lugar. Solo diré que Kerman fue una luz muy poderosa que le abrió el camino a Nikole para traérmela sana y salva. Nos despedimos y, antes de irse, le dejó a su hermana como legado toda su grandeza.

Hoy Nikole tiene cuatro años y estoy enamorada de ella. Vivimos solas las dos y he de decir que es una gran compañera de piso e inigualable masajista de caricias. Pero estos pormenores os los explicaré mejor en el siguiente y último capítulo de mi historia. ¿Cómo me las apaño yo sola? ¿Mereció la pena? ¿Me he arrepentido en algún momento de ello? ¡Os espero pronto en el blog de ART!

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